26 noviembre 2017

Ir a Apu Linli y ofrendar

- ¡Wachuwa! - le llamo a través de la puerta de su casa.

Me encuentro con una de las chicas con las que hice temazcal ayer. Tremendo viaje. Creo que volví tan emocionada que, por eso, de pura emoción, hoy me he despertado a las 5. Charlo un rato con ella, en plan cordial. Y vuelvo con Wachuwa.

- Hoy quiero hacer una caminata pequeña. Ojalá volver para almorzar.- le digo.

Intentamos ir a Kinsacocha pero no hay colectivos. Ya es muy tarde. Son las 9. Así que nos vamos al Apun Linli, que está aquicito no más.

- ¿Tienes comida? - me pregunta.

Sí, tengo uvas, platanitos y manís (cacahuetes). Pero tal vez puedo comprar más cosas en el mercado de camino.- le digo. Así hacemos. Compro otra bolsita de manís y dos juguitos: uno de chica morada y otro de quinoa. Riquísimos. Al volver, una mamita con flores me dice 'llévese señorita'. Y eso hago, compro un ramo de claveles.

Wachuwa me pide que compre 5 cigarrillos, también. Le pregunto que pára qué. Me dice que ya veré.

Empezamos la caminata. Le digo que unas amigas y yo queremos ir a Machupichu y que estamos buscando guía.

- Yo os puedo llevar.- dice.
- Sí, pensé que serías un guía excelente.
- ¿Son todas españolas?
- 4 españolas y una americana.
- Osea que voy tener que aguantar a toda la colonia. Es broma.
- Ay... si el mundo fuera un matriarcado, cuantas cosas serían distintas. - digo.
- En la costa había sociedades matriarcales preincas. Muchas.

Habla de una figura, de una sacerdotisa, que muchas peruanas quieren emular. El camino se ha empezado a poner difícil y pintiagudo, así que la conversación va menguando. De pronto, unas gentes con ropas coloridas cantan y tocan canciones alegre con flautas agudas y bailan en círculos. Están pidiendo para que llegue la lluvia. Hoy muchas comunidades están de celebración. Después me entero que también se celebra el hecho de que ahora más que nunca el mundo de los vivos y los muertos está cerca. Así que también con la celebración se conecta con los espíritus. Algo así.

Seguimos caminando. Por momentos los pies se me resbalan para abajo de tan empinado que es el camino. En un punto Wachuwa se para y parte una rama de eucalipto. Me lo ofrece como bastón. Le agradezco el gesto. Pero, por momentos el camino es tan estrecho que el bastón no sirve. las zarzas por un lado van arañando mi piel, por otro un desfiladero pone a prueba mi miedo a las alturas y/o a morir desnucada por un canto. En estás caminatas, pienso, más vale dejarse de artilugios y ponerle corazón (por no decir otra cosa).

Llegamos después de una horita y media a un llano, una ruina y el Apu Linli de fondo con sus picos imponentes. Después sabría que es el Apu más alto de la zona. Hemos llegado donde queríamos. Me dispongo a hacer mi ofrenda, ya media coronita de flores hecha. Cuando Wachuwa me interrumpe.

- ¿Has hecho esto más veces?
- Si.
- Nosotros hacemos de otra manera.

Me dice que hay que presentar primero respetos al Apu. Presentar las ofrendas a las cuatro direcciones y muchas cosas más. Después de un momento de vacilación: por un lado, me quiere explicar, por otro dejarme hacerlo a mi manera, me rindo. Le pido que me enseñe, que lo quiero hacer a su manera. Así que, con mucha paciencia y corazón, me va guiando y yo voy haciendo. A veces se desespera, porque lo que para él es obvio para mi es completamente nuevo. Pero bueno, ahí está. A penas tiene 25 años, pero cuando empieza a hablar de su cultura, de lo que hacen porqué lo hacen, de las deidades, del significado de cada cosa, parece un gran abuelo. Tanto que, terminado el ritual de la ofrenda, siento una gratitud profunda. La palabra respecto retumba en mi cabeza y siento ganas de llorar, de arrodillarme, de nosequé. Pero lo único que digo es gracias.

- Gracias, de verdad.
- De qué - responde él y se sonríe.

Desde que nos conocimos no para de decirme que la gente quechua-hablante está celosa de compartir su saber. Que siempre se van a quedar con algo sin enseñarte, porque no se fían de los blancos. Lo entiendo perfectamente, le digo. Después de años de explotación y expolio de la tierra y las gentes para beneficio ajeno, lo que no me explico es como siguen siendo tan amables con nosotros, pienso.

- Entonces, ¿por qué me has enseñado a mi? - pregunto.
- ¡Porque tú compraste las flores! Pensé que nada más querías pasear...- dice como diciendo una obviedad.

Doy gracias a la serie de desencadenantes, bastantes, que han hecho que yo comprara flores. Y me sonrío de lo mágica que puede ser la vida. Ha sido un momento bellísimo: él enseñándome y yo aprendiendo. Y pienso en lo bonito que sería que él estuviera presente en mis sesiones con Victor Pauccar. Pero la vida tenía otra cosa preparada para mi. Sin saber cómo él se ofrece a iniciarme. A hacer el Karpay. Me sonrío por dentro. Este valle no se llama sagrado por casualidad. Aquí no necesito verbalizar nada para que ocurra. Pienso y ocurre. Muchas veces. Acepto de muy buen grado que sea él quien me inicie. ¡Viva la vida!- pienso.

Arreglamos las condiciones económicas y, además, él quiere que trabaje con niños aca antes de irme. Me parece una idea deliciosa. Además, para bien o para mal, he conocido a algunas gentes vinculadas con proyectos educativos pepino en la zona, así que será fácil.

El día está como nublado, pero hace buena temperatura, así que estamos ahí un ratito charlando sobre muchas cosas. Me dice cómo voy con los piojos. Le digo que aún me pica. Se ofrece a mirarme y , nuevamente, me quita unas cuantas chías (huevos). Utilizo mi chaqueta como almohada y, al terminar, al darme la chaqueta de vuelta, descubre que es de la marca 'Quechua'.

- ¡Es una marca! - dice abriendo mucho los ojos y la boca. No se lo puede creer.
- Una marca. - repite.

Seguimos charlando de energías, de cómo trabajamos con ellas uno y otra, le hablo del diseño humano, del Decatlon, de los precios en España, de los olivos de Ibiza (le encantan), de la medicina ayurvédica, hablamos de los pachamamosos (Así llama a las personas que, falsamente, se sienten conectados con su cosmovisión). Me estoy quemando la piel con el sol, lo siento, pero estoy tan a gusto que no quiero bajar.

De pronto un rebaño de ovejas, una de ellas negra, con un perro negro precioso, Rambo, bajan del Apu. Una figura humana vestida con muchos colores baja con los animales. Me creo que será una mujer, como casi siempre,y me pregunto mentalmente si la gente joven no seguirá pastoreando. Nuevamente la realidad se manifiesta como siguiendo mis pensamientos y descubro que es un chico el pastor. Tendrá 11 años o así. Wachuwa le ofrece algo de la fruta que nos queda. David, el niño pastor, acepta de buen grado.

Él le pide en quechua que cuide de que las ovejas no se coman mi ofrenda. Y bajamos. Casi todo el camino yo cogida de su hombro porque sino me resbalo por el camino. Me sorprendo una y otra vez de su agilidad. Yo a veces tengo que marcarme un Homai y bajar el culo al suelo, porque sino me caigo y él baja corriendo. Me rindo ante todo lo que él representa y es.

Llegamos a Pisac de vuelta a las 5. Justo cuando el turno de comidas ha cerrado y el de cenas aún no ha abierto. Tengo un hambre que me duele hasta la cabeza así que compro unos panes, palta, tomate, para hacer un picnic junto al río escuchando las canciones infantiles de un show evangélico. Nos hace gracias. Da pena ver el río. Con las aguas sucias. Hace unos años se podía pescar, pero ahora está contaminado de las aguas residuales de Cusco, me dice. Hablamos de los ríos. Pero la conversación ya no fluye igual. En la ciudad todo es distinto.

Volvemos de camino a casa. Pero antes de ir cada uno a su sitio queremos comprobar si la piedra que cogí del Apu, negra, divina, tiene propiedades magnéticas, como las que él utiliza. Entro a su casa, con sus telares, sus lanas, sus tinturas, sus tejidos por el suelo, por las paredes y agarra la guitarra.

- ¿Sabes cantar, o tocar algo? - me pregunta.
- Sé cantar y desde ayer, me he dado cuenta de que sé tocar el tambor.- digo entre risas.

En la ofrenda de hoy no se me ocurrió qué cantar, mientras colocaba las flores. Estaba un poco acobardada, le confesé. Así que yo iba colocando las flores y él, a petición mía, tocaba con la flauta melodías bellas. Ahora, antes de cerrar el día, me quiere enseñar una canción para que, en la próxima ofrenda, tenga algo alegre para cantar. Y eso hace. Y yo, agradezco.

Me voy a casa con mucha gratitud. Y con mucho escozor también. Por segunda vez en el Perú, me he insolado. Mi cara y mi escote están rojos como un pepino. Me siento estúpida por no haberme protegido. Imbécil. Otra vez echa un cangrejo y las molestias, la piel tirante, el calentón, el aceite de Argán que me regaló Josi. Jarl.

Al día siguiente tengo que cancelar nuestro paseo a Kinsakocha y me dedico a escribir y a comprarme un sombrero. A ver.











2 comentarios:

Unknown dijo...

Relato de 10. Es wachy

Unknown dijo...

Cuántas vivencias, cuantos aprendizajes...
Cuídate y protegete del sol, camaroncita de montaña.