24 noviembre 2017

Ir al apu Ñusta a buscar mi primera cuya

Me levanto como un cobete*. Un poco sobresaltada porque es tarde. Son las 8. Desde que llegué al Perú, voy mas o menos con el sol. Me acuesto a las 8/9 y me levanto a las 6/7. Justo hoy que tengo que ponerme en marcha, me levanto tan tarde. Ayer fue un día increíble; conocí a Victor Pauccar que, si nada cambia, será el Q'ero que me inicie en la tradición inca, y conocí a Marcela Pantigozo, la persona que me enseñará a trabajar con los cuatro elementos. ¡Guau! ¡Con razón anoche no me podía dormir!

Como digo, me levanto torera, energética y con ganas de comenzar la nueva tarea que se me ha encomendado: reunir 12 piedras de 12 apus distintos (montañas sagradas) para mi mesa (altar). Por suerte para mi, solo alrededor de Pisac (donde estoy viviendo) hay 10 Apus. Me visto rápido y voy al mercado a desayunar donde mi mamita habitual. Por 3 soles cincuenta (1 euro) me sirve un mate de muña y un bocadillito de huevo con queso con tomate. Allí sentado hay un chico. Lleva los calcetines por encima de los pantalones. Me encanta eso, no me preguntéis porque. También lleva, colgada al cuello, una chacana enorme. Hermosa. Decido empezar por ahí.

- Qué chacana más grande.
- Si, es mi trabajo.
- Yo lleve una chacana parecida mucho tiempo.

Me acerco.

- Es cuarzo verde, ¿verdad?
- Si.
- La mía también era de cuarzo verde.
- ¿Si?

Mete la mano entre el cuello de la camisa de cuadros azules y su pecho, se desata el nudo del cordón. Me pide que abra la mano izquierda. Y me coloca una chacana de cuarzo verde chiquitita en la palma de la mano.

- Gracias-  le digo.

En verdad este cristal me hará bien. Llevo días que me duele levemente el pecho. Lo agradezco desde lo profundo.

Empezamos a hablar. Realmente, me he levantado tan torera que habría hablado hasta con una farola, pero resulta que es un chaval la mar de interesante. Es muy curioso de su cultura, preinca wari e inca, se ha caminado todo el valle sagrado solito, es un chico curioso que, si bien nació en Ayacucho, vive en el valle desde que tenía 15, edad a la que se independizo y montó una escuela de saberes ancestrales. Muy majo. Muy despierto. Se llama Wachuwa.

- No confundir con Wachuma- me dice.

Y nos reimos. Wachuma es otra forma de llamar al San Pedro, una planta medicinal muy usada en la zona y especialmente aquí, en el 'Disney de las terapias' - así se llama también con cierto desprecio a Pisac.

Le digo que mi misión para hoy es recopilar una piedrita de algún Apu cercano. Le digo, emocionada, que he conocido a un Q'ero y que me iniciaré con él. No dice nada. Me propone caminar el Apu Ñusta y después ir a Pachatusan.

- Serán unas 7 horas.
- Vale.

Me mira de arriba abajo.

- ¿Estás segura?
- Si, claro. Yo tengo que juntar 12 piedritas.

Me pone cara rara.

Decidimos que vamos a ir a mi hostal para recoger algo de fruta y comida, el cuchillo y mi chaqueta. Justamente descubrimos que somos vecinos. Así que él aprovecha para coger sus cosas. De camino le confieso que creo que tengo piojos. Se rie. Le digo que creo que los cogí en la casa del q'ero en la que estuve. No le interesa. Me dice que sabe reconocerlos y que, si quiero, luego me mira. Llevo días con picores en la cabeza, así que la sola idea de aliviar eso, me alegra. Wachuwa es un chico salvaje, en el mejor de los sentidos. Conectado con su tierra, con su historia, con sus raíces. Me gusta.

Cogemos un colectivo (una furgoneta de unas 10 plazas) que nos deja en el pueblo más cercano a Ñusta. Desde el bien principio las cuestas con harto empinadas, y sería así todo el camino. Así que la dinámica del viaje es Wachuwa delante caminando ligero y yo detrás caminando con dificultad, sintiéndome pesada a cada paso. No se porqué, además, me levanté con dolor de gemelos. A cada rato se para, mano en la cadera, mirando para mi, esperándome. Yo juego el papel de la gringa quejicosa y a cada rato le digo que, técnicamente, ya estamos en el Apu Ñusta y ya puedo recoger la piedra. Él se ríe. Se ríe como con vergûenza, agachando la cabeza y moviéndola a los lados ligeramente. Es un gesto que me recuerda a mi primo Héctor, eso y la forma de sus dientes y su boca, y algo en su actitud también. Cuando se lo digo se molesta... 


Conoce bien las plantas, así que me va explicando curiosidades. Un bicho que vive en la papa que sirve para curar berrugas, mira, ahí hay cebollas chinas, para los chifas. Él, como dice, va disfrutando de mirar 'los sembríos'. Sobre todo, me habla de un captus (así dice) que tiene unas espinas como un demonio. Me dice que en Semana Santa las gentes buscan uno con forma de cruz y lo llevan a sus casas. Así se simboliza la figura de Jesús. Claro, digo, 'con esas espinas, no hace falta ni estaca ni corona de espinas ni na, qué simbólico'. Si, dice él. 'También atrae la abundancia', cuenta. 'Si se te clava una de la espinas, para sacarla hay que hacerlo con mucho cariño, con mucho amor, como quien intentara calmar el llanto de un bebito', dice. Me parece hermoso ese símil. Después, en la bajada del camino, me cuenta también que ese captus sirve para poner a prueba tu conexión con la Pachamama. Y así los varones y las mujeres 'botan las espinas arriba' y al caer juegan con ellas a pecho descubierto. Tremendo captus, pienso.

Su compañía es agradable, a veces me cuenta cosas, otro mucho rato vamos en silencio. De pronto nos encontramos con Sirila, una mujer de la zona que nos dice que porqué no vamos en carro hasta el Apu. Y, después, con un grupo de hombres trabajando en una casa. Después de un cruce de frases si ninguna conexión la una con la otra, me ofrecen chicha, maíz fermentado, sería como la cerveza local. Rechazo amablemente la oferta. Lo que me faltaba ya, subir borracha. jajaj sigo con mi día torero, así que voy saludando a cada uno de los burritos que nos encontramos, a un grupito de chanchitos negros adorables, a las gallinas. De vez en cuando me doy la vuelta y observo el paisaje, el valle, las chacras tan verdecitas, tan alineaditas, tan bellas. Voy...jodida pero contenta, como diría la Buika.

Sin pensar, miro al suelo y veo una piedra brillar gris metálico. La cojo. Tiene forma de luna. Me gusta. Pero pesa un quintal. Después otras piedras moraditas me llaman la atención con su brillo. Y después una blanca con notas moradas también que me da Wachuwa. Recojo tres de ellas. Ya decidiré mas adelante, o tal vez con ayuda de Víctor, con cual quedarme.

De pronto hacemos un alto en la camino. Nos sentamos. Me dice si quiero que me mire los piojos. Se sienta con las piernas abiertas y me ofrece un muslo para que apoye la cabeza. 'Si, si, tienes chía'. Me río. 'Chía, así decimos a las liendres. ¿liendres? Si. Es gracioso. A los piojos, no se porque, los llamamos usa'. Nos reímos los dos. Mientras me despioja, yo con los ojos cerrados y él contándome historias de Pachacutec y Huascar y de la cosmovisión inca. Momentazo.

- ¿Quién te iba a decir a ti que hoy te ibas a subir a la Ñusta a despiojar una gringa?- y me río.

La vida es muy caprichosa, pienso.

Me sorprende, porque a él le sorprende más el hecho de estar en la montaña que la cosa de los piojos. Es un chico salvaje, como digo, y con unas uñas andinas estupendas para la labor. Comemos unas peras, unas pecanas (anacardos) y seguimos el camino. En una cresta se alborota. 'Mira, ven, ven, un águila grandazo'. Pero para cuando llego ya se ha ido.

Le pregunto por dónde vamos a seguir. 'Por la lomada como unas 2 horas y media', me explica. 'Por la eslomada, querrás decir', le respondo. Y me retroncho de la risa cual tarada en un día torero. Después le explico para que él entienda. Sigo jugando el papel de la gringa quejicosa que ya solo quiere bajar. La verdad es que estoy cansada de subir, pero la idea de recoger dos cuyas en un día me tienta. Él me mira atentamente y no cree que esté preparada para seguir. Me ofrece bajar trescientas veces hasta que me rindo.

Pero antes de bajar quiero dejar una ofrendita por las piedras que me he llevado. Saco mi bolsita de hojas de coca. Escojo tres. Cuando me agacho para dejarlas en el suelo, Wachuwa me indica otro lugar.

- La naturaleza es generosa.- dice.

Y me muestra un lugar que está a cobijo del viento. Dejo las hojitas de coca, agradeciendo al Apu.

Han pasado 4 horas desde que empezamos la caminata. Y empezamos a bajar por otras dos horas por un camino en zig zag que a veces desaparece. Por suerte, Wachuwa conoce bien el camino. Es genial que haya venido conmigo, realmente. De pronto, me dice que quiere hacerme unas 'trenzas campesinas', como las que llevan las mujeres aquí. Realmente, será el peor día para hurgarme en la cabeza, 'ayer no había agua caliente en el hostal', le confieso. Pero él es un niño salvaje. Así que, después de una segunda exploración, en la que encontramos el primer usa, me hace unas trencitas majísimas.

- Son las primeras trenzas que me hacen desde que me rapé el pelo. Eso afianza la sensación que he tenido desde unos días atrás de que volveré aquí a estar un tiempito más- le digo.

Lo sentí fuerte. Veremos.

Después de otra paradita seguimos el camino, alegres. Recojo unas hojas de eucalipto y unas ramitas de Muña. Celebramos que no haya llovido al final.

- Claro, esque he dicho 'Para**, para'. Y, entonces, la lluvia ha parado. Estoy empezando a controlar los elementos.- Le digo con mi tono torero del día.

Él se ríe por no llorar.

Y así volvemos a Pisac, en otro colectivo, con las piedras en mi poder y las piernas doloridas y el corazón contento. Vamos a cenar un menú. Le invito en agradecimiento por quitarme algunos piojos. 'Yo mas bien te agradezco que me dejes ir a la montaña contigo', me responde.

Gente linda, la peruana.

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*Muchachada Nui siempre en mi corazón
** Para es lluvia en quechua

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