14 febrero 2017

Lo que no le dijo.

Sus manos parecía sucias, pero no lo estaban. Movía nerviosas un cigarrillo entre los dedos. Podría haber sido la etiqueta de un yogur, o un trozo de papel cualquiera, pero era un cigarrillo. El objeto que pasaba de una mano a otra, de un dedo al otro, era un cigarrillo.

Ella observaba.

Él dijo. A veces no hay que sonreir. A veces está bien no sonreir.

Ella observaba esas manos que, sin estarlo, parecían sucias. Seductoramente sucias.

Ella pensó. Cada sonrisa es una victoria consumada.

Él encendió el cigarrillo.






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