20 agosto 2016

Feo y punto

Qué suerte
poder tumbarse
bajo el manzano
a meditar.

Qué suerte
que el día
de mi despedida
esté claro.

Poder llevarme las manos
al pecho y dar gracias
Gracias
por dejarme sentir.

Siento feo
y no intento transmutarlo
en bonito
feo es feo.

Tan feo
como mentirse
en una tarde de agosto
Y ensalada.

Tan feo
cómo utilizar
la palabra feminismo
como un latigo
Y cerrar la puerta
en las narices
acto seguido
Feo es feo.

Feo son las aguas turbias
después de un huracán
la vulnerabilidad
las carnes abiertas
Los escombros.

Feo es feo
y qué suerte
que hoy
no quiera transmutarlo.

Solo dejarme sentir
el barro
y ponerle luz
para que un día
un día
salga una flor de loto.

O que abajo
se quede el barro
Y arriba
la vida sin dobleces
el agua clara
(y algún bicho)

07 julio 2016

Tres en Lires

Dos adultos, un niño
tres tablas, un mar
dos aguas, tres olas
tres
un domingo.

Tres buzos, dos aletas,
dos pies, seis aletas,
tres gaviotas,
tres
y la mar que sube.

Una islita
que ya no
una furgo
que ahora sí. 




06 julio 2016

38. Do rostro

El mar ruge olas
bambolea el viento
y un sol redondo.

Bello

El aire sabe distinto
sobre la piel desnuda.
El Sol suena distinto
con las olas de fondo.
Ningún lugr mejor que este
Ningún momento mejor que ahora
para reconocer tu belleza. 

05 julio 2016

Hermita de San Guillermo y una campana

Ruta circular y corta. Quien la publica en internet hace un elogio de los paseos calmados, tranquilos. Dice que en algún de la ruta se visita una hermita. Nunca me interesaron las hermitas, en cuanto a lo arquitectónico se refiere (soy un producto de la E.S.O) pero el resto de la oferta me interesa: paseo tranquilo, corto y circular visitando un lugar con una energía especial.

Pongo la ruta en el móvil. Pero, como no conozco Fisterra, prefiero utilizar el GPS de los pueblos para encaminarme. La segunda persona a la que pregunto me dice que hermita allí no hay. Que San Guillermo no existe. Que allí nada más que hay la iglesia que tenemos de frente y un faro, el faro. 'Y se va por aquí'. En ese momento me doy cuenta de que no he podido elegir mejor ruta.

Cojo la carretera, según me indica el tercer lugareño, y después, mano izquierda, mano izquierda. Con ayuda del mapa de Wikiloc decido perderme en la primera intersección que pillo. Aún no se ha inventado la ruta que yo pueda seguir sin perderme, así que 'tampoco la voy a inventar hoy', pienso. Dejo la pista asfaltada y tomo un camino pedregoso, húmedo, lleno de vegetación a los lados y, más a los lados, bosque. Bosque de pino y algún eucalipto oloroso.

Me cuesta abandonarme a mis pasos, me cuesta apagar la cabeza, así que comienzo a agradecer a cada planta, a cada bichito, a cada árbol que me cruzo su presencia. Gracias, gracias, gracias. Lo bueno de ir sola es que puedo decirlo en alto (sin que nadie me juzgue). Gracias, florcita linda. Gracias, árbol hermoso. Gracias por acompañarme en este camino. Gracias por estar ahí. Y así, a través de la voz en alto, las flores, los árboles, los bichitos se enteran mejor de lo que digo y, así, a través de la vibración, los nubarrones se espantan de mi cabeza y mi atención se posa directamente en cada flocita amarilla, la de pétalos más largos y más comunes, la de pétalos alargados con motas naranjas, las moradas, primas del cardo mariano, los abuelitos, las azules-moradas chiquitísimas que crecen a ras de suelo. Las capuchinas rojas (ah... Me encantan!), las trompetas moradas, las espigas con forma de larva... saludo también a las zarzas con mis espinillas y les agradezco que las arañen con tanta suavidad. Y me sonrío como la niña traviesa que soy, porque cuando llegue a casa tendré 'heriditas de guerra'.


Un sonido detiene mi marcha. Una campana. Desde que hice el curso de Mindfullness (casi) siempre que oigo una campana me paro. Me paro y respiro tres veces. Y después, continuo mi camino. Esta vez, la campana vuelve a sonar después de cada tres respiraciones profundas. Así que permanezco ahí un rato obedeciendo el mandato de la campana.

El silencio de mi parar me conecta con los pájaros. Los del bosque, más cerca, que se mezclan con el sonido de las gaviotas, más lejos. Sonrío. Me siento presente. Abro los ojos y me veo rodeada de naturaleza por todos los flancos. Nada más allá de mi ropa me recuerda de donde vengo. Tong.

Después, continuo caminando con la campana sonando cada tres respiraciones profundas. ¿Cómo puede ser que antes no la oyera? Quizás comenzó a sonar justo cuando yo apagué la cabeza. Aunque lo más seguro es que ya estuviera sonando antes y yo no la oyera por tener los pensamientos nublados. Esas cosas bonitas pasan. Pero te las pierdes por tener la cabeza nublada, no es habladuría zen.

Sigo el 'camino' hacia arriba. De pronto, como realmente no voy a ningún sitio, me paro y me siento en una roca. Y observo. El sendero flanqueado por pinos y detrás la bahía, el monte al fondo rasgado por las carreteras, la playa blanca y aqui, abajo, las barcas amarradas, los tejados naranjas, la lluvia cayendo sobre mi piel arañada (y la claraboya del cuarto abierta) y las campanas de fondo. Tong.

Una mariposa negra y naranja vuela sobre mi cabeza y viene a posarse sobre mi rodilla izquierda.
- ¡Hola, bonita!- le digo alegre.
Y sea va. Tong. Yo también.

Al volver observo con más atención que antes, curiosa, pequeños grupos de gotas de agua reunidas, suspendidas a poca distancia del suelo. Las observo y pienso 'matrix', ¿porqué no caerán esas gotas al suelo, o a las hojas como todas las demás? Observo un poco más y descubro una telaraña debajo de ellas. Es bonito observar esas reuniones de más de 20 gotas desobedientes, ahí, sin haber hecho la comunicación pertinente a Delegación de Gobierno. No se si aquí la ley mordaza aplica... Tong.

Deshago el sendero salvaje y vuelvo de nuevo a la ruta que promete, así decía un cartel, llevarte a la hermita. ¿Existirá o no existirá? El camino está cómodo para pasear, también para ir en coche. Es ancho y es de grava fina, aplastada. Es fácil de caminar porque no requiere que vayas mirando al suelo a cada paso. Es el camino ideal para ir acompañada de alguien que procure una charla tranquila, de esas que animan a arrastrar los pies con las palabras, a dejar caer las caderas bien a un lado y a otro, como estrenando falda. Es un camino hermoso, rodeado de vegetación y sin embargo, está vacío. En mi camino a la hermita solo me cruzo con una pareja y un perro. Llevan exactamente ese ritmo de conversación y de caminar. El resto de la gente está subiendo y bajando al faro.
De pronto el camino se bufurca a la izquierda y unas marcas hechas con una llave o con una navaja, estilo compadre, te indican que es por ahí que se llega a la hermita. Así que sigo por ahí. A escasos 50 metros me recibe un buen conjunto de rocas, gordas, con cierto color de líquenes, bellas, bien puestas, redondas, preciosas. Y un cartel explicativo. Lo leo. Aquella mujer tenía razón. Hermita lo que se dice hermita allí no hay. Hay restos de lo que fue una hermita destruida en el siglo XVIII y que antes fue un lugar de culto pagano al Sol y a la fertilidad. Dice que en un roca antropomorfa venían las parejas estériles a concebir criaturas. 
Ahora que ya no suenan las campanas me subo a un roca y medito. La vista es hermosa, así que antes de cerrar los ojos miro bien todo ese mar de frente, siento esa roca debajo y observo la que creo que es esa roca de la fertilidad. Pienso en lo bonito que sería ir allí a fertilizar. Cierro los ojos y respiro. Antes de irme siento una especie de respeto que me impide entrar al recinto, queseyo, pero finalmente entro. Recorro los restos de los muros de aquella hermitita, observo la piedra y casi a punto de irme, descubro bajo la roca grande ramos de flores silvestres. Me conmueve la imagen. ¿Quién dejaría aquí esos ramos? Quizás parejas que no pueden tener hijos, quizás parejas metidas en tediosos procesos de adopción, peor aún para solteras, quizás alguna mujer a quien la fecundidad in vitro no le funcionó, quizás alguna mujer después de haber sufrido un aborto, quizás un padre a quien unas leyes o una mujer injusta le apartaron de su hijo. Hay tantas historias rotas...
En facebook solo salen las historias bonita de maternidad. La vela de su primer cumpleaños, las vacaciones en el mar... ¿Quien se acuerda de las historias que quedaron atrás, escondidas? ¿Quién? Eso pienso cuando pongo rumbo a casa de vuelta. Eso y que quienes tienen retoños se tomen el tiempo de respirar y de sonreir. De dar gracias. Porque para eso la vida nos es dada.

30 junio 2016

Amor intrauterino

Hay noticias que son como un bate golpeando (te) en el estómago. Duro. Te cortan la respiración, cortando tu hilo con la vida. Hay situaciones difíciles de sostener. Difíciles de ver, de comprender. Hay personas ahí totalmente desconectadas de sí mismas. Hay personas que hacen daño. A veces insconscientemente. Otras deliberadamente. Y el resultado es el mismo: Hay partidos populares que ganan las elecciones una y otra vez.  

Hubo días en que soñaba asambleas, preparaba órdenes del día, diseñaba un cartel o una acción... Hay días que sueño tirones de pelo rojo, mordiscos en carne morbida, grasa. Desesperación e ira a partes iguales. Hay días que sueño con desaparecer bajo tierra. Reencarnarme en avestruz, que también tienen el cuello largo, como las jirafas, y no ver. No escuchar. No saber. Pero no funciona. Una siempre es. ES aunque no quiera.

Hay días que entregué mi vida a una causa política. Jornadas de 8, 10, 12 horas capitalistas. Otros días que entregué a causas personales y no por ello menos importantes. 14, 16, 18, 20 horas. ¿Dónde empiezan y terminan los cuidados? Lo personal es político. Dicen. Me entregué a esas causas en cuerpo y alma. Me entregué con todo mi ser. Siendo. Estando presente hasta cuando me prohibían estar. Con mi cuerpo, en asambleas, reuniones, mumbles, abrazos, besos, mensajes, pensamientos, puentes verde esmeralda, cartas. Todo. Me entregué con mi escucha, mi comprensión, con mi vitalidad, mi optimismo. Todo lo bueno que hay en mi. Y también mi mala hostia. Que para algo soy Pitta, Leo con ascendente Leo. También todas mis sombras, también.

Muchos segundos, minutos, horas, días, semanas he pasado desconectada de mi. De mis verdaderos deseos, de mis verdaderas pasiones. Parecía que había algo mejor en lo que ocuparse. Eso parecía. Y, en cambio, el resultado fue catastrófico y elocuente a partes iguales. Ansiedad. Ansiedad incrustrada en el pecho como una losa. Perenne. Ansiedad de esa que no te deja respirar. Ansiedad.  Por creer que no tenía un camino propio, me metí en otros. Creer. Las creencias te pueden arruinar la vida. Ojocuidao.

Mucho tiempo en definitiva invertido para descifrar algo esencial. El amor como motor. Como única salida. El primero a ti misma. A mi misma. Un día escribí que lo más altruista que puede hacer una persona es amarse a si misma. ¿Os imáginais si todas nos amáramos bien? No harían falta psicofármacos, ni cuidados psicoemocionales, ni habría daños colaterales derivados del sufrimiento, ni dolores, ni existirían las frases: 'voy a ver a Pepita que me ha dicho que está detrozada que la ha dejado el novio'. No. Si nos amáramos bien eso no existiría. Ni esa frase ni tantas otras. Seguro que a ti ya se te han ocurrido algunas. Y después de habernos amado a nosotras, amor incondicional a todos los seres vivos. A las plantas, a los animales, a las personas. Amor incondicional como ese amor que dicen, dicen, sienten las madres por sus hijos. 

Amor siempre. Porque lo contrario, el odio, la rabia, la ira, te destruyen, te minan, se te cuelan por el aparato respiratorio empezando por la nariz y te contaminan los bronquios. Y ya no puedes respirar más, ni abrir el pecho, ni sonreir a pleno pulmón. Y entonces te separas de la vida, de las personas que tienes cerca, te vas encerrando y te conviertes en prisionera de ti misma. Así lo he sentido. Ya no puedes más que consumirte en tu propia negrura y en la que contagias a los demás. Es el peor veneno que he conocido.

Cuando el humo negro comienza a aparecer, miro adentro. Y busco el contrario. Me siento o me tumbo y busco la luz, busco el amor, todo aquello que de bueno haya en mi. A veces lo he buscado agarrada a un cuarzo rosa bruto pegado a mi pecho. Otras lo he buscado en mis intestinos con un citrino amarillo. Otras en mi útero. Ese espacio que remuevo como me enseñaron el otro día con un cucharón de metal, lo remuevo y visualizo el liquido que lo va limpiando. Preparándolo para cuando tenga que acoger la vida. Solo de pensar en ese momento, en mi momento, sonrío. Algún día llegará. Sonrío.

Y ya, con una sonrisa en la boca, la cosa cambia. ¿Dices que exagero, que soy una happyflower no se qué? Bueno, prueba a cerrar los ojos, prueba a llevar tu atención al pecho, o a tú útero, o a cualquier otra parte de tu ser, prueba a buscar tu luz ahí, respira tres veces de forma profunda y esboza una sonrisa. Seguro que no te quedas igual que estabas....

Y si eso no funciona, te animo, desde lo más profundo de mi útero, a poner a prueba a Patanjali, practicando la meditación concentrada, que es la suma de la atención, la contemplación y la meditación. Me ha encantado esto:

3.24 Con la meditación concrentrada sobre la amabilidad, la compasión, etc. se obtienen los poderes de esas cualidades.
3. 25 A través de la meditación concentrada sobre cualquier tipo de fuerza, por ejemplo, la fuerza de un elefante, se desarrolla la fuerza correspondiente. 

Bienvueltas a mi blog. He venido para quedarme a contarte esas cosas pequeñas y bellas que ocurren en MundoDo.