13 abril 2014

Despido procedente

Un talón peina la moqueta, un pie se apoya. Otro talón que peina, otro pie que se apoya. Una conversación que cesa. Un teléfono que se cuelga de un golpe. Unos labios que vibran al expulsar aire y aire.


- ¡Qué ganas tengo de terminar con este asunto, por dios! – dicen.


Un culo trajeado que se sienta en una silla de cuero negra. Unas rodillas fornidas que hacen girar un cuerpo hasta ponerlo de frente al escritorio. Vetas oscuras dibujan llamas y gotas concéntricas sobre una superficie más clara. Madera de nogal con bordes redondeados. Tacos de folios y cuadernos apilados aquí y allá. Una agenda. Unas manos se apoyan. Una busca un bolígrafo y lo gira. La otra coge la agenda y la abre. Un dedo recorre los asuntos del día. Un pie nervioso aplana la moqueta. Una cabeza piensa que ya son las cinco y que aún quedan un par de cosas por resolver. Unos labios se aprietan. Un botón se pulsa.


- ¿Sí? – se oye por el altavoz.

- Rocío, dígale a Juani que me traiga un café con leche, por favor.

- Ahora mismo.

- Gracias.


El bolígrafo gira en una mano, cae de vez en cuando al escritorio. Sólo muy de vez en cuando. La cabeza se levanta. Dos ojos huecos ven una silueta que inunda las líneas horizontales de las persianas metálicas. Dos golpes suenan en la puerta.


- Adelante.


Un pie que se arrastra por la moqueta. Otro que camina. Un pie se arrastra por la moqueta. Un café se posa sobre el escritorio. A su lado, una servilleta y un vasito de agua.


- Su café.

- Gracias, Juani.

- De nada.


Un pie se arrastra de vuelta.


- Disculpe, ¿le importaría sentarse un momento?

- Claro que no - responde ella.


Un labio inferior se muerde por dentro. El carmín se apretuja. El bolígrafo descansa en el escritorio. Una falda se estira hasta las rodillas. El azúcar se vierte en el café. Una cabeza se pregunta si tendrá que esperar a que el señorito se tome el café para escuchar lo que quiera que tenga que decirle. Dos talones, escondidos debajo de una silla, chocan entre sí. El otro da un sorbo.


- El café que usted prepara está exquisito. Fuerte y cremoso. – y se relame.

- Gracias.

- Si, ¿cuántos años son ya? ¿cuatro?

- Tres.

- Ah sí. Tres años con nosotros. Pocas camareras hemos tenido aquí más eficientes que usted. Esto quiero que lo recuerde.

- Gracias.

- Lo que en realidad me propongo decirle es – un pie se adelanta, el cuerpo se echa hacia delante- que mañana no tiene que venir a trabajar.

- ¿Cómo?

- La subcontrata para la que trabaja necesita recortar personal y usted ha sido una de las elegidas. Su despido, por lo visto, es el más barato.

- ¿Y me lo dice así, y de un día para otro? – los pies salen del escondite. Los brazos se acodan en el escritorio, del otro lado.

- Es el procedimiento, entiéndalo. No nos podemos arriesgar a tenerla aquí de pataleta. Piense en los clientes. Daríamos mala imagen.

- ¿Y ustedes no pueden decir nada?, ¿defenderme? ¿No decía que estaba contento con mi labor?

- Si, ya… pero no. No podemos hacer nada. Además, tampoco tenemos tiempo para hacer esos trámites. Habría que enviar un escrito a su empresa, sellado por el responsable del servicio y firmado por mí mismo, hablar con la sustituta que ya habíamos acordado y decirle que no… en fín, un engorro. No podemos, no.

- Ya.

- Tiene que entenderlo. Ya sabe cómo son estas cosas.

- Ya…

- Y encima está lo de su cojera…

- Bueno, ¡ya lo entiendo!

- Perfecto, sabía que podía contar con su inteligencia. Ya le tengo todos los papeles preparados, para ahorrarle molestias. Firme aquí – y gira el bolígrafo media vuelta más para ofrecérselo.

- ¿Dónde?

- Aquí, aquí y aquí y en las copias correspondientes, aquí y aquí.


Juani firma sin firmar, pone un punto bien calado al final de cada garabato. Deja el bolígrafo encima del escritorio. Arrastrando un pie y caminando con el otro se acerca a la puerta.


- Disculpe, Juani.

- ¿Si?

- Me han dicho en su empresa que si puede deje el uniforme aquí mismo.

- … - el carmín se le apretuja.

- Gracias.


Agarrándose en el pomo de la puerta, Juani se descalza y se quita los pantys. Ante los ojos huecos del otro, los sostiene con dos dedos y los deja caer. Arrastrando un pie y caminando con el otro, dibuja una silueta sobre las horizontales metálicas. Tira la etiqueta de la subcontrata, que rebota sobre la moqueta. Y aún más, hace un sendero de ropa hasta la puerta, dejando caer también la camisa, el chaleco y la falda. El carmín vuelve a su forma. Caen también las bragas y el sujetador.

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