27 junio 2012

Cuatro mujeres y una lavadora

Cuando cae la fresca,
cuatro mujeres salen del portal. 
Antes de abrir la puerta
ya se oyen
sus risas
y sus voces. 
Entre sofocos
y empujones
bajan los escalones
de a poquito
hasta dar con la lavadora
en la calle. 
Las palabras
se les entrecortan
por el esfuerzo,
pero no las entiendo. 
Hablan una lengua
que no conozco,
pero me basta verlas
para entender
que están emprendiendo
uno de esos microproyectos
colosales. 
Miran a un lado y al otro
divertidas
como diciendo
pero quién nos mandará,
buscando
una furgoneta
una carretilla
unas ruedas
una polea
un forzudo
un milagro
algo. 
La tarea es difícil.
Y el suelo,
empedrado
y en cuesta,
no ayuda. 
Cansadas de llevar
el chacharro
a huevo,
intentan empujarlo
piedras abajo,
pero el metal se queja. 
Así que paran,
posan los brazos en las caderas
resoplan
y se ríen.
Por lo penoso de la situación,
o porque no sabían
lo que pesaba
una lavadora
o porque no sabían
lo mal que se coge
o por que no repararon
en el calor
que haría estos días. 
O porque sí lo hicieron
y quisieron ser valientes,
o porque no tuvieron más remedio,
dicen:
- Cuando no hay hombres,
buenas son mujeres. 
O quizás me lo dicen a mi,
que las sonrío
al pasar. 
Yo
que tantas risas flojas
de esas
me he echado.
(hubiera hombres o no) 

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