16 enero 2012

Esos dos brillantitos rojos

Al salir de la ducha, rescaté un pendiente con su tuerca de esa rejilla que separa el desagüe de la vida. Lo volví a ensartar en la oreja, contenta de haberlo recuperado. Me sequé el pelo y me fui a la cama. Estaba molida, últimamente no conseguía descansar bien. 
Dormí sola. 
Al despertar, mis orejas estaban desnudas. El detalle de la ducha me recordó que me había acostado con ellos. Revolví toda la casa en su busca, pero nada, ni rastro de los pendientes, ni las tuercas por ningún lado. Aquel incidente me dejó perpleja. No supe descifrar qué significaba aquello. Sólo una leve sospecha de un posible sonambulismo ocasional.

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