06 diciembre 2011

Anisakis

Claro que hay un momento que haya recordado durante años. Fue una cena en casa. Yo era pequeño.

Aquella noche, Carlos contó que ese día, al salir a la pizarra, le habían dado un tremendo tizazo en la frente. Estaba bastante molesto, decía que todos los niños se habían reído de él y que el profesor no había castigado al culpable. Se levantó el flequillo dándose importancia, como para probar lo que decía, y pude ver el huevito que le había salido. Le tuvo que doler, estoy seguro, pero yo, lejos de compadecerle, me reí a dos manos. Esas cosas ridículas solían pasarme a mí y solía ser él quien se reía de mi. Así que no desaproveché la oportunidad de cambiar de rol, por una vez. Cualquier otro día los cuatro nos habríamos reído de aquello. Pero esa noche mamá no se reía, no sonreía, ni siquiera nos miraba. Seguramente no había escuchado nada de lo que estábamos hablando. Se dedicaba a rellenar nuestros platos con tajadas de pescado y ensalada, como un robot, sin mirarnos, sin preguntarnos si queríamos más o no. Y el suyo, vacío.  Mamá esa noche estaba ausente.Papá no había llegado aún. Después de analizar la situación, Carlos me dirigió una de esas miradas de 'come y calla, enano', así que dejé de reír.  

La tele estaba encendida, pero no le prestábamos atención. Sólo rellenaba el silencio. Yo me preguntaba qué estaba pasando allí. Mire a Carlos con las cejas arqueadas, pero él sólo me devolvió un encogimiento de hombros. ¿Dónde estaba papá? , ¿por qué mamá no hacía más que mirar el teléfono? No entendía nada. 

Las llaves sonaron al otro lado de la puerta principal. Papá entró en la cocina. Olía a frío, lo recuerdo perfectamente. Nos miró a los tres, pero no dijo nada: ni saludó, ni nos dio un beso. Nada. Miró el pescado con desprecio y partió unas lonchas del jamón de la cesta de navidad. Cuando llenó el plato, lo posó en la mesa. Y, no le dio tiempo a sentarse a la mesa, cuando mamá ya había dado un manotazo al plato y el jamón volaba por los aires. Los ojos de papá se agrandaron como nunca había visto. Nos mando salir y cerró la puerta.

Bien juntos mi hermano y yo, en el pasillo, oíamos la conversación en clave de ira de mis padres. Mamá le gritaba que estaba harta, que qué horas eran esas de llegar a casa. Le preguntaba para qué tenía el móvil. Papá le boceaba que no llegaba antes con tal de no discutir y que el mero hecho de escuchar su voz le irritaba, que por eso no llamaba. Y que estaba harto. Algo parecido a eso es lo único que pudimos escuchar, el volumen de la tele estaba altísimo. Después, no escuchamos nada. Era la primera vez que nuestros padres discutían. No sabíamos qué estaba pasando ahí dentro, ni lo que se suponía que teníamos que hacer. Nos abrazamos fuerte. Papá salió de la cocina. Mamá, de pie, apoyada en el frigorífico, lloraba con la cabeza gacha. 

- Tranquilos chicos - dijo papá mientras nos conducía a nuestra habitación- Todo irá bien, tranquilos. Ahora dormid, yo tengo que hablar con mamá.

Nos besó en la frente y cerró la puerta, encaminándose a la cocina, de nuevo.

Mi hermano y yo nos acostamos en la misma cama. Estábamos tiritando, llorábamos mejilla con mejilla, sudábamos, nos abrazábamos y respirábamos a cuentagotas, para escuchar lo que decían. Pero, ahora que la conversación se había relajado, no oíamos nada más que la maldita televisión. Nuestra respiración fue ralentizándose a medida que pasaba el tiempo y, cuando mi hermano se durmió, supe que todo iría bien, que podía dormir tranquilo. A la mañana siguiente, papá ya se había ido.

A las pocas semanas, mis padres se separaron. Y yo pasé muchos años pensando que ojalá mamá no hubiera preparado pescado esa noche. Sólo tenía ocho años.

No hay comentarios: