06 octubre 2011

Costumbrismo

Los almendros este año están a rebosar, asi que tuvimos que emplearnos a fondo para recoger todo aquel fruto. A media mañana partimos hacia el Molino, así quedaron en llamar aquella tierra. Las tres, equipadas más mal que bien, pues sólo llevamos algunas cajas vacías y un par de ramas largas combadas, nos montamos en el coche cargadas de energía.
Al llegar allí, nos ibamos subiendo a los árboles por turnos. Una, desde arriba, vareaba, y las otras, desde abajo, recogíamos los cucos. Aunque se fueran al quinto lilaila, la consigna era no dejar ni uno allí tirado. ¡Ni uno!
Primero me tocó subir a mí, por ser la joven del grupo. Apenas estuve cinco minutos arriba, eché de menos una manga larga y unos guantes, pues las manos, de manejar el palo, me dolían, y los brazos, de agarrarme al tronco, se llenaron de arañazos. Debe ser que tengo la piel más fina, por ser de otra generación, porque ellas no se lamentaron en ningún momento.
- Por razones o por cojones, me dijeron, es el lema de las Palacín. Así que nada... me hice la dura, con tal de hacerle honor al apellido.
Después, se subió la Tía Lirio, que enseñándome lo fácil que era subir, ¿ves? pones un pie aquí y luego otro aquí, se subió ella.
- ¡Manda huevos! que con diez me temblaba todo y ahora con cincuentaytantos miramé aquí, subida al árbol, decía orgullosa.
En aquel momento se pensó la reina de los mares, o al menos esa fue la canción que entonó, sonriendo y balanceando las caderas a un lado y al otro, siempre desde las alturas.
Así estábamos, moviéndonos entre los almendros y comentando al tiempo los pormenores de la tarea. Hablábamos de lo díficil que era manejar ese palo reseco (que acabó partiéndose), del mareo que suponía agacharse a por cada uno de los almendrucos, ¡ay tantos que me está entrando hasta ansia!, de que antes ponían una lona en el suelo, pero que era peor el remedio que la enfermedad; me contaban algún trocito de su historia, del burro, de lo contentas que se ponían de pequeñas cuando los almendros se helaban; nos quejamos del calor que hacía y de las sudadas que nos pegábamos al trepar; pero, también apreciamos lo bonitos que eran los frutos de aquellos árboles, morados y verdes, y lo bien que se distinguían de la tierra seca.
De cuando en cuando, alguna encendía un cigarrillo.
- ¿Quieres un poco de cigarro chupao, hija?, me decía la Tía Lirio. Y yo, diciendo que me gustaban más con sustancia, lo cogía.
- Pues el caso es que tampoco hace falta darles muy fuerte, con tocarles un poquito ya caen. Pero claro, ¡hay que darles!, pensaba mi Momi en alto. Y yo, dándole la razón, dije que nos teníamos que echar un mango extensible, para poder darles. Pero eso ya sería por la tarde.El Molino está pegadito a la autovía así que no fueron pocos los camiones que, adivinando las siluetas de tres buenas mozas como nosotras en la planicie, nos pitaban saludándonos a su paso por nuestro lado. Nosotras, inmersas en nuestra tarea, hacíamos oídos sordos. Menos una vez: ya mi Momi estaba subida al árbol y la tía Lirio y yo, abajo, cuando uno de aquellos camiones nos regaló una estela de claxon grave y vibrante.
- ¡Hasta luego, majoooo!, dijo la una.
- ¡Que te la pique un grajoooo!, respondió la otra.
Y a mi una carcajada se me arrancó desde lo más profundo de las entrañas (¿de dónde saldrán las carcajadas?) inutilizando mi voz y mi hacer durante unos minutos.
- ¿De que te ríes simplón?, me dijo la una.
- Anda, pues deja que se ría la chiquilla. ¿No ves lo bien que se lo pasa ella sola?, respondió la otra.
Ni contesté. Explicar de qué me reía me pareció lo siguiente a obvio y, por otra parte, no pensaba que me estuviese riendo sóla, más bien lo contrario. Además, había un riesgo alto de atragantamiento.
Aprovechando la pausa-risa, decidí que iba a picar unos pocos almendrucos, que así, verdecitos, son un vicio que no se puede aguantar. Encima, estaba un poco cansada y necesitaba reponer energía.
- Pero no te pongas ahora a cascar, ya picarás en casa anda, me dijo la una mientras yo buscaba dos piedras.
- Pues deja a la chiquilla que se la casque. Pues anda, que si no te puedes comer unos pocos después de venir..., respondió la otra cuando yo ya me disponía a destripar a mi primera victima.
Repartí unos pocos, dos para mí uno para ellas, y seguimos con la faena un poquito más, tampoco mucho.
La tia Lirio se rozó en el ojo con una rama y veía todo nublado. Dijo sin inmutarse que seguramente se habría hecho herida, que ya le había pasado otra vez, que tendría que ir a ponerse una pomada. Pero, de momento, viendo que ella no se alteraba, lo tomamos con guasa. Encima de que habíamos ido mal preparadas, ¡ahora perdíamos un ojo! Recogimos las dos cajas llenas y volvimos a casa con el recao.
Dispusimos las cajas en medio de tres sillas y empezamos a pelarles, a quitarles la cáscara verdemorada.
- Hay que ver la de cortapichas que salen, hija, ¡hay más que mierda en Francia!, comentó la tía Lirio. ¡Ay!¿Y por qué diremos eso? Pues no tengo ni idea, estas cosas de las expresiones..., hablaba consigo misma en alto.
- A ver, calla un poco y echa la cabeza para atrás, que te eche suero en ese ojo, dijo mi Momi.
La tia obedeció sin requistar. Las gotas empezaron a caer en el ojo: una, dos, tres,cuatro...
- ¡Paraaaaaa que ya no me caben más!, decía la tía Lirio.
- Callaaaaa, que es para que limpie bien, respondio mi Momi sin dejar de echar.
La tía no pudo aguantar la presión y se tuvo que incorporar.
- Ven, que te ponga en el otro, insistió mi Momi.
- No, el otro lo tengo bien, no hace falta.
- Ven, que sí, ya que estamos...
- Que no hace falta.
- ¡Que si! ¡Venga!
Y la Tía, resignada, echaba la cabeza para atrás, otra vez.
- Joder, que tía, cada vez que abre una botellita de esas, me pone gotas cada dos horas. ¡Hasta que no se la termina no para!, decía la Tía entre risas con las mejillas encharcadas del líquido.
Mientras decía eso, mi Momi aprovechaba a ponerse ella suero en los ojos, pingando la botellita cosafina, no sin cierta ansia.
- Ahhhh que gusto, ay que ver cómo se limpian los ojos, decía Momi.
- ¿Ves?, ¿ves?, me decía la tia Lirio meneando la cabeza arriba y abajo, como buscando aprobación.
- Ven, hija, ¿tu no quieres unas gotitas?, me dijo mi Momi.
- Vengaaa, ponme cuarto y mitad, acepté.
Y seguimos con la tarea. La mar de bien, oye.

No hay comentarios: