14 septiembre 2011

Instinto animal

Te vi a lo lejos. Tú y tu melena larga y tus piernas fibrosas y peludas ejercitándose al ritmo de una carrera frenética. Como enloquecido, entrabas en el agua, nadabas un rato, salías, empapado, corrías por la arena, te sentabas, te rebozabas en la arena, te levantabas y tus pies, por la presión, se enterraban en el fango, que  tus muslos, a base de fuerza, sacaban sin esfuerzo. Te veía tan atlético, los músculos contrayéndose y relajándose, tan lleno de vida, respirando con tanta energía, tan animal... no podía dejar de mirarte.
La mera contemplación de esa tarea tuya, infinita y estúpida, si se quiere, me entretenía de forma espectacular. Y eso que eran muchas las distracciones de ese lugar semiestancado, las barquitas, el ajetreo de los chavales haciendo una fogata, el tractor arando el campo en lo alto de la loma, la quietud del agua, la niebla acechando, cualquier cosa, las huellas de las pisadas en la arena,  cualquiera. Cualquiera que fuese eso otro se diluía alrededor de tu silueta, perdía interés, parecía poca cosa. De pronto, reparaste en mí y, como si yo fuera positivo y tu negativo, caminaste hacia mí a paso ligero, seductor, seguro de tí mismo, arrebatador. ¡Hasta me guiñaste un ojo! Yo me puse nerviosa, el corazón empezó a bombear sangre y más sangre y venga sangre, las manos sudando a mares y la cara de tonta. ¿Y si te acercabas demasiado? Sin embargo, antes de poder completar la magia del imán, a dos míseros metros de mí te paraste. Tu dueña tiró un palo al agua y saliste pitando a buscarlo.

2 comentarios:

Mcartney dijo...

World:
Los que tenemos perros sabemos lo que es embelessarse mirando un cuatro patas.
Saludos de Garay.

Do dijo...

:D